sábado, febrero 17, 2007

¿Un volcán en subida?

Ya llevabamos casi una hora de marcha mientras transitábamos los ultimos tramos del bosquecito, el úlitmo y único tramo del recorrido que tiene vegetación. De ahí en mas todo pasa a ser roca y arenilla para luego convertirse en nieve y hielo. Fueron unas cuatro horas más de marcha las que nos llevaron al primer refugio del ejército, donde sus dos refugieros de turno nos recibieron amablemente.

Entre el almuerzo y las nubes, que nos obligaron a comerlo dentro del refugio, fue surgiendo la charla con el soldado y el suboficial que esa semana estaban a cargo de cuidar el refugio. Ya llevaban seis días, al siguiente llegaría su recambio. Tras descansar un poco más de lo necesario y un termo de mate, con yerba y equipo de mate a cargo del ejército, decidimos emprender la hora de marcha que nos restaba hasta el refugio CAJA, donde pasaríamos la noche.

Por primera vez en el todo el viaje D tomo la iniciativa en algo y se puso a marchar al frente del grupo; pero no le duró mucho. Se ve que tenía ganas de pisar nieve, porque en el primer nevè que apareció en el camino decidió cruzarlo; cual niño emocionado por la novedad. Yo, que venía último, vi como todos lo seguian a pesar de que no hubiera indicación alguna, y de que el camino parecía seguir hacia arriba.

La decisión de separarme y seguir subiendo fue fructífera. Veinte metros mas arriba había un cartel que indicaba que debíamos ir hacia la derecha, la dirección opuesta a la que D había tomado para cruzar el nevè. Tras un par de gritos, que debieron atravezar vientos y nubes, conseguí hacer que los demás volvieran al camino correcto; pero en ese momento las cosas se complicaron: una nube nos encerró y la visibilidad paso a ser de apenas unos metros: no se veía mas que nieve, y ninguna marca.

Hay decisiones simples, pero importantes, que uno puede tomar en algunos momentos; no perder contacto visual con los compañeros dentro de la nube parecía, entre ellas, una razonable. Así, sin perder de vista a M, que venía detras mio seguí avanzando. M se preocupaba por mantener contacto con P, que hacía lo propio con G y ella a su vez con D. Yo no lo sabría hasta mas tarde, pero unos segundos despues de que nos cubriera la nube, G ya no vería más a D, sino solo a su mochila tirada entre unas piedras.

Al subir unos metros más y salir de la nube pude divisar cerca mio una caña que indicaba por donde seguía el camino. Entre vientos y nubes le daba indicaciones a M de por donde proseguir para que las transmitiera a los demás, cuando noté, al pasar la nube, que D no estaba. Levanté la vista en su busca cuando lo vi a unos doscientos metros, subido a una cresta de piedra que lindaba con un campo de grietas. Pensaba -¡¿Que hace ese idiota ahí?!-. Una vez más había equivocado el camino, acercandose a otro refugio, no al que ibamos; y, mientras pensaba en eso, escucho que me grita, como si yo no lo supiera, - ¡Por acá no es!

Al llegar al refugio CAJA, ni bien pudimos acomodar y limpiar un poco nuestra morada nos pusimos a derretir nieve para lo que quedaba del día y para el ataque a cumbre. Mientras nos dedicábamos a eso, y media hora mas tarde que nosotros, llegó D, celular en mano al refugio.

¿Por qué derretir nieve? Porque con el frio que hacía y las nubes que había no encontramos ninguna vertiente de agua; por lo que no hubo mas alternativa que sacar calentadores y cacerolas y salir a buscar nieve fresca para transformar en agua. Agua que luego se transformaría en mate, o en jugo; agua que serviría para cocinar el arroz de la cena.

Dado que al día siguiente saldríamos de noche decidí salir a reconocer el camino hacia arriba, mientras hubiera luz. Tomé coraje con unos mates y fijé la alarma del reloj para media hora mas tarde, para saber cuando volver. Puse las patas en la nieve y empecé a subir siguiendo unas huellas que, por momento se juntaban con otras y por otros se perdían. Una vez cumplido el tiempo fijado emprendí el retorno con una idea razonablemente clara de por donde avanzar hasta tanto saliera el sol.

Cuando volví, D, para variar, no estaba. Había salido, celular en mano, en su eterna busqueda de señal en la montaña. Desde el refugio no se veía donde estaba, y M no sabÌa a ciencia cierta por donde había ido ni cuando regresaría; solo dijo que quería ir a ver una grieta de cerca. Las nubes pasaban: iban y venían. Al igual que nuestra incertidumbre sobre si el clima nos permitiría salir, no terminaban de despejarse.

Despertador programado para las 3AM, ansiedad, ganas de dormir, detalles por arreglar, mates por tomar, y las ultimas luces de un sol que todavía entraban por la puerta abierta del refugio. M el infaltable e infatigable responsable del desayuno, ya dormía. Yo, el responsable de levantarme al sonar el despertador, recién cerraba mi bolsa de dormir, mientras pensaba en mi misión al levantarme: salir a mirar el clima.

Mi madre, que aun reniega con lo que a veces me cuesta salir de la cama, no podría creerme capaz de levantarme antes de las 6 de la mañana; y para ser sinceros teía mis dudas. Sin embargo, cuando a la hora programada sonó el despertador, salí disparado como resorte hacia afuera del refugio. Con mucho frío, pero inmune anímicamente a él, salí de camiseta y calzones largos a mirar afuera.

Cuando volví a entrar un par, M y P, ya estaban de ojos abiertos esperando a que diga algo. -¡Vamos que salimos!- Dije, casi gritando. De a poco el resto fueron despertando, el desayuno fue tomando forma y luego perdiendola, todos los preparativos se pusieron en marcha. No eran aun las 5 de la mañana cuando salimos todos del refugio y nos dirigimos a la lengua de nieve que teniamos a unos metros. Desde allí todo sería para arriba.

Ponerse los grampones, hacer algunos últimos ajustes, y sobre todo, darse aliento para superar el frío (temperatura, seguramente, de un dígito bajo cero). Las estrellas aun dominaban el cielo, la luna hacía ya horas que, llena como estaba, se había escondido. Por momentos las linternas parecían no hacer falta, pero solo por momentos: cuando uno no puede negarse a frenar y mirar hacia arriba, en vez de mirar el camino.

Desde que despertamos hasta la hora de marcha, aproximadamente, el cielo hacia arriba estuvo siempre despejado. Hacia abajo había un denso colchon de nubes, consistente con las probabilidades de lluvia que nos habían anunciado en el parte meteorológico. Todo parecía ir bien hasta que una nube atrevida se animó a subir donde estabamos y nos cubrió. Una vez mas: pesima visibilidad y los problemas para encontrar el camino. Legamos hasta un pedrero en el que no supimos hacia donde seguir, pero donde nos sabiamos seguros de no cruzarnos con una grieta que no quizás no pudieramos ver. Lo mejor que pudimos hacer: buscar un reparo del viento, tomar el té y mate cocido que llevabamos y sentarnos, un tiempo prudente, a esperar que pase la nube.

martes, febrero 06, 2007

Un volcan en su vida

Hace unos años, no quiero recordar ya cuantos, hicimos un intento por alcanzar la cumbre del volcan Lanin. En aquella oportunidad aprendí mucho, sobre todo acerca de porque la expedición no paso del intento. Volví con el amargo sabor de la derrota, pero con la firme idea de ir por mi revancha. Ese era el objetivo, aprender de la experiencia, de los motivos por los que el volcan se me había negado y volver, humildemente, a pedirle permiso.

Los compañeros de expedición fueron surgiendo hace unos meses, aunque el grupo final se terminó armando el día anterior al ascenso, casi azarosamente, en la base del volcan. D, el primero en traer la idea, planteó la posibilidad una calurosa noche de diciembre, sobre el pavimento de una calle centrica de buenos aires. M, decidió sumarse mientras contemplabamos la figura del objetivo, desde las alturas del monte tronador. Con ellos, entre otros, habiamos conseguido la cumbre del pico argnetino del tronador, en los primeros días de enero.

Tras seguir rumbos distintos por unos días nos fuimos reencontrando en san martín de los andes para los últimos días de enero. M llegó primero, un lunes por la noche, según lo acordado; mientras que D, paradojicamente al ser el ideologo del ascenso, se demoró un día mas en llegar. No parecía muy terrible la demora- pensabamos con M, mientras contemplabamos una fuerte lluvia por la ventana.

Entre nubarrones y resplandores de sol fuimos resolviendo los ultimos detalles: comida, equipo, transportes, requisitos; todo mientras esperábamos a D, que recién llegaría por la tarde. Tan sobre la tarde que ya no alcanzaría a resolver en el día el alquiler de sus botas; un día mas de retraso.

Mate y facturas nos acompañaban en la charla del desayuno a M y a mi, mientras esperábamos por D. Había que moverse rápido, aun faltaba pasar por el super a comprar la comida y algunas cosas mas; todo antes de la 1 de la tarde, horario de salida de nuestro bondi a Junin. D no traía guantes por lo que fue a comprar de urgencia, pero sin prisa, unos de trabajo a una ferretería. Sobre la hora alcanzamos el bus a junin, de allí, tras algunas paradas, en taxi hacia el volcan.

Una vez en Junin fuimos a Alquimia, el local donde alquilamos el handy VHF para el grupo y las botas de D. Allí almorzamos lo que nos quedo del salamín que tiburón blanco, el gato intrépido del local, tambíen almorzó. Mientras esperabamos nuestro taxi para ir hacia el paso Tromen, donde inicia la picada de ascenso al Lanin, conocimos a quienes completarian el numeró 5 para la cantidad de integrantes de la salida.

Cuando llegamos a la zona del paso tromen, lo primero que hicimos fue visitar la oficina de informes de parques nacionales, donde uno debe hacer el registro para el ascenso al volcan. Una vez cumplido el trámite emprendimos la dificil tarea de buscar un lugar donde armar la carpa que Y me había prestado: aquella pacífica zona de acampe a la vera del arroyo que recordaba se parecía hoy al camping del ACA en Chascomús.

Enrte familias enteras, con abuela y tios incluidos, sentados cada uno de los casi quince en su propia reposera, P y G, nuestros nuevos compañeros armaron su carpa. Resulta que P pidió prestado el VHF a su hermano, pero se olvidó la antena, y sin el handy en funcionamiento el guardaparques no quería dejarlo subir. Lo bueno de sumarlo al grupo es que él, a diferencia de nosotros tres, ya había hecho cumbre en el Lanin hace unos cuantos años. Su mujer, G, ponía el toque femenino indispensable para un buen ascenso.

A las 6AM empezó a sonar el despertador. M, el responsable de los desayunos, salio rapidamente de la carpa y empezó a ocuparse de esa vital tarea. Para cuando logré abrir los ojos, dos cosas maravillosas había a la vista: el volcan con su cumbre mostrandosenos, y los mates que M estaba cebando. Entre mate y galletas fuimos despertando y terminando de organizarnos para salir. Apurando los ultimos amargos pensaba: todo el mundo debería, al menos una vez en la vida, intentar subir este volcan; o bien para volver con la satisfacción que trae alcanzar su cumbre, o bien para despertar ese sano interés que me hace volver a intentarlo.

(Continuará)